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Amianto rojo
 
24/02/2015
 
Iturburua: DIAGONAL
 
 

La vida es única, no hay otra. Por eso hay que ser implacable con los que la destruyen
Antonio Gala

“Más de 1.000 socios líderes en América latina, son esponsoreados por las ONGs AVINA y Ashoka una red de tránsfugas financiadas por las transnacionales, e inventada por Stephan Schmidheiny, dueño de Nestlé y socio de cuanto negocio sucio global exista”
Argentina.indymedia.org/news, enero de 2008


¿Una nueva clase de amianto recién descubierta?

Veamos. Todas las legislaciones y todos los manuales de geología dan hasta seis tipos diferentes de rocas asbestósicas de las que se extrae este mineral llamado amianto o asbesto. A saber: el crisotilo o amianto blanco, la crocidolita o amianto azul, la amosita o amianto marrón, la antofilita, la tremolita y la actinolita, estas tres últimas no vinculadas a color alguno. Las tres primeras con colores como sobrenombre son las más usadas en la industria y en la vida cotidiana y, de ellas, el crisotilo o amianto blanco representa el 90% de todo el amianto usado en el mundo.

El amianto es un mineral que tenemos en la naturaleza procedente de rocas ígneas, formado por un silicato con hierro y/o magnesio, que por la presión y temperatura sufridas aparece cristalizado en fibras, que tienen la propiedad de fragmentarse en fibrillas imperceptibles, que cuando son inhaladas o ingeridas causan las tremendas enfermedades que conocemos. ¿De dónde pues el amianto rojo? Precisamente de esa propiedad común que tienen todos los minerales con amianto de causar terribles enfermedades. Todas la variedades usadas terminan produciendo sangre, sudor y lágrimas por usar la conocida expresión de Winston Churchill a sus conciudadanos en la segunda guerra mundial.

Todo el amianto consumido durante el siglo XX (y que continúa usándose en muchos países en la actualidad) tiene ese segundo color. No solo es blanco, azul o marrón, todo él es rojo, todo él tiñe de sangre y lágrimas las vidas de los millones de personas que han estado en contacto directo con él, y del resto de los ciudadanos que vienen a contaminarse por el existente en el medio ambiente y en las tuberías de agua potable.

Su letalidad la viene señalando la propia OMS sin ambigüedades: 120 millones expuestas en el trabajo al amianto en la actualidad (y se queda muy corta porque todos tenemos un depósito de agua o una plancha de fibrocemento a la vista susceptible de contaminarnos), y 150.000 personas que morirán cada año, durante decenios, por la exposición que tuvieron 20, 30 o 40 años atrás. Una muerte lenta, anunciada, esperada con temor y temblor como vemos en las muchas personas agrupadas en asociaciones de víctimas y afectados de todo el mundo.

Los efectos de la ingestión son muy discutidos y no están diáfanos como los de la inhalación de amianto, pero el principio de precaución aconseja considerarlos muy peligrosos porque, por ejemplo, instituciones tan poco sospechosas como el Parlamento Europeo, en una famosa Resolución de 2013, en su apartado 37: “Hace hincapié en que todos los tipos de enfermedades relacionadas con el amianto, como el cáncer de pulmón y el mesotelioma pleural causadas por la inhalación de fibras de amianto en suspensión en el aire, (...), así como distintos tipos de cáncer provocados no solo por la inhalación de fibras en suspensión sino también por la ingestión de agua procedente de tuberías de amianto y contaminada con dichas fibras, han sido reconocidas como un riesgo para la salud y pueden tardar varios decenios, en algunos casos más de cuarenta años, en manifestarse”.
¿Dónde andan los responsables de este amianto rojo?

Los de la masacre atribuible al todo el siglo pasado son pocos y estuvieron bien avenidos. En la actualidad las cosas han cambiado bastante. Pero hablemos de todo el siglo XX que es y será el responsable de todas las muertes que están ocurriendo y que no cesarán hasta al menos 2040-2050 debido al periodo de latencia: ese lapso que existe entre la primera exposición y el desarrollo de la enfermedad. Se calculan entre 6 y 10 millones de personas los fallecimientos atribuibles a los responsables de esas industrias en el pasado siglo. Por no hablar de las decenas de millones de enfermos de dolencias menos graves.

Eran una pocas familias europeas: los Schmidheiny (suizos), los Cuvelier (franceses), Los Hatschek (austriacos), los de Cartier (belgas), los Emsens (belgas) y los Turner (ingleses); añádase a estos responsables los propietarios del empresa americana John Manville y tendremos el cuadro de los grandes magnates del amianto del siglo XX. El nombre de las empresas comunes era el de Eternit (negocio eterno). En España el máximo responsable del amianto en ese siglo es la familia March. El nombre de la empresa, que todavía exhiben en plena Cibeles los actuales propietarios para escarnio de los miles de víctimas, es Uralita. La mayor parte de ellos constituyen un cártel desde 1929, la SAIC, que dura todo el siglo. Con él controlan el negocio en todos sus aspectos, pero especialmente en el de la desinformación y ocultación a los trabajadores y a los ciudadanos de la letalidad del mineral. Son todos ahora enormemente ricos con ese dinero tinto de sangre. Naturalmente los responsables, esos asesinos en serie como les llama el fiscal de Turín Guariniello, tienen miedo y no es para menos. Por ejemplo, la familia Emsens, los responsables de división de Eternit belga, se dedican en Colombia a apoyar a una asociación que lucha de buena fe por la prohibición del asbesto en ese país: el zorro guardando el gallinero. La razón es fácil, lo dicen ellos: quieren lavar la imagen de criminales que justamente tienen, y quieren hacer nuevos negocios pues el amianto se acaba y ellos ya fabrican en Colombia materiales de construcción sin amianto, lo decimos nosotros.

Pero el caso más siniestro es el de la familia Schmidheiny, de la Eternit suiza, la más poderosa en este terrible negocio. Según fuentes muy autorizadas, “a excepción de la pólvora, el amianto es la sustancia más inmoral con la que se haya hecho trabajar a la gente; las fuerzas siniestras que obtienen provecho del amianto (... ) sacrifican gustosamente la salud de los trabajadores a cambio de los beneficios de las empresas”. El heredero del amianto, Stephan Schmidheiny, tiene vocación filantrópica, quién lo diría. Ha creado la fundación AVINA en 1994 y en 2003 la ha financiado con parte de su fortuna (es uno de los hombres más ricos del mundo gracias al amianto rojo). Dice ayudar a los ONG que se preocupan por el desarrollo, especialmente en Latinoamérica. Procede cooptando personas individuales a los que llama socio-líderes que, según Carlos March, representante de Avina en Argentina, “se busca apoyar a líderes sociales y empresariales, (...)” y se les llama socios “porque entiende que el referente se 'asocia' a la visión de la organización”. Pero, básicamente, les sirven para lavar su imagen (de camino sigue haciendo negocios, se infiltra en los movimientos sociales para atemperarlos, obtiene información, divide esos movimientos y un largo etcétera). Esta familia Schmidheiny, incluyendo en su momento a Stephan, a lo largo de del pasado siglo, ha hecho negocios con el nazismo, ha estado en la Sudáfrica del apartheid explotando y matando a los negros en las minas, ha dado al dictador Somoza la mitad de la empresa de amianto en Nicaragua, Nicalit, ha hecho negocios con Pinochet y con la dictadura brasileña, ni más ni menos. Esos mimbres han hecho decir al juez de Turín Ogge, que le juzgaba en 2012 por una demanda interpuesta por tres mil víctimas (más de 2.000 ya muertas), que la actuación del responsable de la empresa con los trabajadores había sido similar a la de Hitler con los judíos: los engañó para llevarlos a la muerte.
De la fundación del amianto rojo denominada AVINA

Esta fundación, como hemos dicho, trata de lavar sin conseguirlo la imagen de Schmidheiny, pues como se pregunta Macbeth: “¿Todo el océano inmenso de Neptuno podría lavar esta sangre de mis manos?/ ¡No!/ ¡Más bien mis manos colorearían la multitudinosa mar,/ volviendo rojo lo verde!” (Acto II, escena II). Los cientos de miles de víctimas no lo vamos a permitir. Pero en el camino está tiñendo de sangre, impregnando con el polvo del amianto, el trabajo de mucha gente: “volviendo rojo lo verde”. De qué gente hablamos. Nos referimos a sus colaboradores, es decir a aquellas personas cooptadas con el canto de sirena del prestigio y el honor de ser socios-líderes de esta fundación y con las prebendas que eso conlleva. Sus potenciales encubridores. La fundación AVINA cuenta con más de mil socios-líderes en España y Latinoamérica y más de 4000 colaboradores, según sus memorias, y mantiene alianzas fuertes con los jesuitas de Latinoamérica (la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, en 2001 lo proclamó como doctor honoris causa) y con las multinacionales como UBS, fundación Bill Gates, Coca-Cola y Ashoka, entre otras. Con ellos y ellas hace su trabajo de ese imposible lavado de imagen.

En España, como hemos documentado exhaustivamente, han penetrado, junto a su estrecha aliada Ashoka, en muchos movimientos sociales alternativos y han originado las consiguientes divisiones y confusiones. Las reiteradas denuncias que hemos venido haciendo desde hace seis años, han logrado frenar la penetración en estas organizaciones de lucha, con un perfil claramente anticapitalista, y han podido alejar a algunos líderes destacados de estas fundaciones pero, como decíamos en el trabajo reseñado, cabe el peligro de que entren, de nuevo, por la puerta de atrás, como anticipábamos para la floreciente Podemos. Es el caso, se trata de los tránsfugas.
De las víctimas y su relación con Avina y sus colaboradores

Las víctimas del amianto de todo el mundo saben ya que AVINA es la fundación de uno de sus asesinos, Stephan Schmidheiny, y no van tolerar que el magnate quede impune de sus crímenes y menos que su nombre aparezca como el de un filántropo amable. Por eso luchan en todo el mundo para que le retiren todos los honores que ha conseguido a golpe de talonario y piden a universidades y gobiernos que rescaten esas distinciones. Por eso lo declararon mundialmente “persona non grata” con motivo del evento que la ONU organizó en Brasil, en 2012, que llamó “Rio+20”, en el que Schmidheiny desplegó su propio chiringuito de propaganda.

Las víctimas de cualquier crimen piden tres cosas: resarcimiento, reparación y justicia. Las víctimas del amianto piden ser resarcidas de los daños soportados, es decir obtener compensaciones materiales para mejor poder cuidarse y llevar su dolor. Piden ser reparadas, es decir que los responsables reconozcan sus crímenes y sus colaboradores denuncien a la fundación AVINA, tinta en sangre. Y piden justicia, es decir que estos crímenes no se queden en la impunidad, por ello los responsables deben cumplir penas de cárcel (que no tienen que ser de cadena perpetua) y los encubridores deben pasar al ostracismo público por unos años, como se hacía en la antigua Grecia o como se hace en la actualidad con la figura de la incompatibilidad política. No piden ojo por ojo y diente por diente para vengar este genocidio, piden solo justicia para dejar sin fundamento social la impunidad. El amianto rojo pasará a la historia como el mayor crimen industrial del siglo XX: un verdadero genocidio laboral.

 

LUENGAS IBARGUTXI S.L.
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